El carnaval resulta ser en las actuales circunstrancias una celebración de la violencia y una apología del mal gusto. El carnaval es un festejo de la suciedad (aún cuando, irónicamente, su elemento básico, su materia prima de paroxismos sea el agua). El carnaval es una enfermedad incurable que propugna que la igualdad de razas, colores y estatus proviene del desteñido y nauseabundo aroma del pichohuayo.
En los carnavales se entroniza la majestad absoluta de la horda, de la masa ataviada en tintes y estelas aromáticas que ataca a mansalva, en compases grotescos y con la inclusión de armas de todo calibre y efectividad. El carnaval resulta así la oportunidad de la revancha, el desquite con la vecina más guapa, con el tío más latoso, con la estrellita de barrio más antipática. Es un motivo para la mañosería, para la embestida de manos, pies (y a veces cosas peores) por los más profundos rincones del ser humano (en especial de las féminas). Carnaval es la oportunidad dorada de los aguantados de todas las edades.
El carnaval es la más implacable y, aunque nos cueste aceptarlo, perfecta de todas las dictaduras. Carnaval manda y nadie lo demanda, en una muestra de totalitarismo inaceptable que ensucia paredes, casas, pistas, calles, carros, motos y demás etcéteras con pintura, betún, grasas, mantecas, greda, talco, aseptil, éter. Porque en esta época se nos aparece el espíritu cavernícola, cuando asoma el salvaje no asimilado que levanta humishas como si fueran tótem freudianos. En carnaval se celebra el ruido, el desorden y los fluidos. En carnaval uno ya no tiene certeza si el agua es eso, o simplemente pichi; si el barro es eso, o quizás caca; si la maicena líquida es eso, o quizás semen; o, peor, si el famoso pichohuayo es eso, o simplemente lavado vaginal. Es decir, una inmundicia descomunal.
Y porque en carnavales se legitima el asesinato y los accidentes inducidos. Porque el carnaval, “jueguito inofensivo y alegre” para sus panegiristas, ha matado gente, roto cabezas, producido heridas permanentes, desprendido retinas, quemado pieles, generado que algunas motos y algunos motocarristas pierdan el control antes un globazo y que sus pilotos y copilotos paguen las consecuencia de tanta imprudencia asesina. Y porque los carnavales explotan como ninguna otra actividad el requisito de la conchudez para hacer las cosas como nos dé la gana. Y porque ante, ello, a pesar de las invocaciones, de los reglamentos, de artículos tan duros e inútiles como éste, sobre todo a pesar de la ley, los carnavales demuestran la ineptitud maniquea de nuestra justicia y de nuestras autoridades para poner en vereda a los carnavaleros que se exceden.
Finalmente, porque después de ver a todos aquellos celebrantes envueltos en gruesas capas de viscoso y desagradable aspecto, mientras veo a gente que ni tiene la culpa de nada mojada y ensuciada vilmente – ojo, contra su voluntad-, no me cabe duda que los carnavales son el lado perfecto para hacer notar que a veces nos gana el lado cínico, desatinado y chambón de la Fuerza. ¡Vayan a limpiarse con lejía chuya chuya, carnavaleros!
FUENTE: BLOG PACO BARDALES
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